martes, 21 de febrero de 2017

UN SUEÑO DEL CIELO, por Mr Dry

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Despertéme hoy con una esquirla atravesando mi cerebro. Había soñado con el cielo con una viveza que ríete tú de los peces de colores. El cielo se parecía a un pueblo andaluz en una tarde de primavera. Sin coches y con un leve olor a azahar. En un momento estaba sentado con un amigo, mi amigo Jorge, con los pies colgando en una especie de tapia. Desde ahí veíamos a mi amigo Sune que iba con su familia a lo lejos. O quizá era al revés, Sune arriba y George abajo. Mi imaginación sacando la artillería pesada, concibiendo un mundo entero que cabía en esa tarde lorquiana. Los sueños no tienen trama, son solo metáforas.

Antes o después de tener los pies colgando en la tapia, no lo recuerdo bien, me encontraba con ella y me invitaba a su casa. Una casa que era su casa. O era la que iba a ser nuestra casa. A lo mejor era una casa schrodingeriana, al mismo tiempo suya y mía, al mismo tiempo la que teníamos, la que querríamos y la que nunca existirá. Era una casa enorme, olímpica, sin humedades ni ruidos. Era su casa y era la mía. En el sueño había algo relacionado con la comida. Creo que ella pícaramente me invitaba a comer. Y cocinaba. Verduras del cielo de las que te acarician el corazón. Jugueteaba en el aire la posibilidad de volver a ser uno. Fuerzas telúricas empastaban la realidad y la armonizaban. El tiempo, sub specie aeternitatis. Sin concebir si quiera la posibilidad de una conciencia, una meta realidad que la interpretara. Un cierre categorial con solo tres elementos: la casa y nosotros dos.
En los sueños no hay tramas. No había nada más que esas imágenes, encapsuladas, etéreas y repetidas como en un giradiscos que saltara. Borges decía que dejaba que otros se jactaran de libros que habían escrito, que él se enorgullecía de las líneas que había leído. Este sueño, mi sueño, que cumple una por una las leyes de la poiesis, vale por toda una vida.

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