sábado, 12 de marzo de 2011

TÍO, PERRO, REINICA, Dry

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Qué gracioso es pensar que los dioses son proyecciones a mayor escala de los caracteres y comportamientos humanos (Dios hizo el universo, como el carpintero hace una mesa; Dios se enfada, como se enfadaba mi padre), y qué terrorífico el silencio cósmico que derriba las quimeras.

Por extensión, diríamos que es divertido también hablar del alma con las categorías del cuerpo (cansancio psicológico, hambre de saber, sed de venganza), y qué terrorífico es descubrir la tramoya de dicha mentira.

La salud del alma tiene que ver, desde siempre, desde antes incluso que nuestro vecino -el viejuno que se tiene en pie sobre dos paticas de alambre-  fuera un zagal con pantalones cortos, la salud del alma tiene que ver -decía- con no obligarle a hacer cosas que no desea, con ser auténtico, con no mentir, con ser honesto, con ser coherente.

El deseo moderado (del cuerpo), la autenticidad (de las obras de arte), la sinceridad (de las promesas), la honestidad (de los políticos), la coherencia (de los sistemas lógico-matemáticos).


La salud del alma como la salud del cuerpo.


Un alma que no se mete en bucles de decadencia, gracil como una bailarina o un espadachín, luminosa como una sonrisa, ventilada como una casa de campo en primavera.

Un alma ajustada en un mundo enfermo es fuente de sospechas por parte de los quisquillosos; pero claro, sus almas no lo están, y no pueden entender que la salud es una cuestión de porcentajes; de proporciones relativas, nunca absolutas.

La envidia, el deporte nacional de España, la razón que esgrimen las víctimas de la maledicencia para soportar el odio.

El odio, la enfermedad del alma.

Dedícate a cultivar (cultura, cuidado) tu alma; como si fuera un campo de cebollinos, pero qué cebollinos, señora.

Un alma descuidada, a careless soul, como el aire viciado de los bares pre-ley antitabaco, como los hígados dañados por el alcohol.


Y así, la mentira, el cáncer del alma.



¿Qué pensar entonces de tirar la escalera después de haber subido? ¿De pasarse los principios médicos de la psicología popular por el Arco del Triunfo, o saltarse la legislación de la ONU para invadir Irak en nombre de un futuro de paz internacional?

Si han leído ustedes a Dostoievski, sabrán que no hay asesino peor que el que conoce los principios de la moral de la A a la Z, de pe a pa. Si conocen la historia de Europa, sabrán que no hay destrucción masiva más letal que la de los adalides de la paz.

Recuerden al Coronel Kurtz, de Apocalypse Now, él entendió los principios de la guerra: si se quiere ganar, no hay concesión posible a la moral, no hay contemplaciones. Maquiavelo lo entendió también, y miren qué mala prensa tiene.

La gente se aprovecha, al contrario de lo que creía Nietzsche, de la moral de la mansedumbre, el perdón y el respeto. Son los famosos outsiders (que NECESITAN que todo el mundo cumpla las normas, para poder saltárselas ellos).

Por ello, a pesar del superyó, la moral necesita re-fundarse desde muy dentro; hacer oídos sordos a veces a la realidad, empecinarse en seguir el camino, tal y como hacen las personas ajustadas, pero en clave diferente: sudando sangre, llorando espinas, comiendo mierda.



En una historia universal de la infamia no pueden faltar los hombre inconsistentes. Reclaman una culpa que ellos mismos han inventado, no se dejan juzgar según los criterios objetivos,


La mosca está dentro de la botella. Todos los seres humanos salimos por el mismo sitio. Parece ser, entonces, que los viejos tenían razón.






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