Casi me parece increíble haber escrito tropecientas mil bioentradas y no haber tratado ni de refilón uno de los temas que más me apasionan, al menos desde el punto de vista teórico: los celos, señora, el tema que quema.
Estamos acostumbrados a pensar en los celos en sus manifestaciones más brutales, como esas muertes de opereta que salpican los telediarios más de una vez por semana (o sea, hay más de 52 mujeres asesinadas en España al año, Dios nuestro señor me libre de hacer bromas al respecto), o los casos más evidentes de violencia machista. Sin embargo, aunque lo sabemos, a veces se nos olvida que hasta el más tonto hace relojes, y hasta el más cuerdo ha perdido la cabeza cuando estaba en juego su pareja. Vaya, me ha rimado.
Procede ya la clasificación básica en el tema de los celos (que, por supuesto, me acabo de inventar): están a) los celos explosivos y b) los implosivos; esto es, los que se manifiestan hacia fuera y hacia dentro.
Los celos explosivos los tienen las personas que acostumbran a responsabilizar a su entorno de todo lo malo que les pasa (mientras que lo bueno es de su cosecha, of course). Los celos, con todos esos mecanismos y estrategias que ustedes conocen y que no me voy a poner a escribir aquí, los celos -decía- se proyectan hacia la pareja. La otra persona es potencialmente peligrosa porque tiene poder sobre nosotros: de lo que haga ella o él depende nuestro bienestar, aunque la mayoría de las veces no somos conscientes de ello. Por eso se suele llevar broncas; y, a veces, lo que no son broncas.
Los otros, los celos implosivos, no se proyectan hacia la otra persona, sino que se bifurcan en dos direcciones: una, la más evidente, se va hacia los tipos o tipas que nos pueden levantar a la pareja. La otra, oculta, pero más devastadora, se gira en contra nuestra. Como Jack, el Destripador, vayamos por partes:
- Los posibles pretendientes nos turban con su sola presencia. Vemos en ellos lo que deberíamos ser y no somos. Podemos envidiar sus cuerpos o sus mentes. Podemos ver en ellos las virtudes que nos faltan. Podemos admirarnos de manera malsana de su levedad o de su gravedad, dependiendo de qué NO seamos nosotros (como dice Woody Allen, nos debatimos entre Ser y Estar en el mudo, y elijamos lo que elijamos, siempre pensaremos que los del otro lao se lo pasan mejor). Podemos leer entre líneas en cada una de las miradas o comentarios que dirija hacia nuestra pareja. Y el mensaje que captamos siempre es “joder, qué coño haces con un tipo como éste”, donde el tipo evidentemente somos nosotros.
- La energía que se vuelve en nuestra contra es peor, porque confirmamos nuestras peores sospechas acerca de nosotros mismos. Todos los celos son, en realidad, inseguridad en uno mismo, pero en el caso de los implosivos se unen a la baja autoestima que traíamos de serie, formando un… cóctel implosivo (juas!).
En general, los celos, como cualquier paranoia, tienen que ver con percibir un peligro que no está ahí en realidad. Como la ansiedad o los dejà vú, los celos molan porque tienen algo de error perceptivo generado por el sujeto.
Además, y esto no se me olvida, son una especie de instinto imparable que ha ayudado a millones de novios engañados a descubrir que se la estaban pegando. Si el río suena, etcétera etcétera.
Luego también me mola el hecho de que muchos celosos creen que su pareja siente cosas por otras personas…porque ellos también las sienten. O sea, cree el ladrón, etcétera.
Los celos, señora, una cosa que mola por muchas razones, y que me ha servido para escribirme un post sin tener nada que contar en realidad.
Vaya un finde se avecina, mecagoenlospecesdecolores.
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