martes, 16 de junio de 2009

OH CAPITÁN, MI CAPITÁN, por drymartiny







Hace unos dos años tuve una especie de crisis total sobre mi persona. De repente me sentí inútil, feo, soso e injusto; ahí es ná. Pensaba ingenuamente que el resto de la gente molaba y yo no: corrían maratones, eran premiados por sus cortos, se acostaban con las chicas más guapas de la ciudad, o defendían a los niños en el corredor de la muerte. Todo el mundo tenía un carisma, menos yo, que no servía ni pa hacer sombra. Decir ornitorrinquismo es decir poco: yo me sentía gusano, pero no uno de esos gusanos adorables de los dibujos animados, sino una de esos bichos parecidos a las babosas pero peor.
En esa época recordé una frase demoledora de una amiga mía que me ayudó a recobrar un poco la perspectiva (bueno, la perspectiva volvió unos meses después: no hay más frases mágicas que ABRACADABRA,… y no funciona, créanme). Antes de escuchar la frase, les tengo que poner en antecedentes. La razón es que a veces es tan importante qué se dice como quién lo dice (Véase el “por qué no te callas” de juancar , o “Luke, soy tu papar”, de Dart Vater).
La frase la pronunció esta amiga mía que, por decirlo de manera rimbombante, la palabra “parca” tiene demasiadas letras para describir lo poco que habla. Es la concisión hecha persona. Y su especialidad es no hablar mal de la gente. Esto último es una cualidad muy apreciada por mí, que vengo de una familia cuya especialidad olímpica es meterse con todo el mundo, cuanto más cercano mejor. Bueno, mi amiga no habla mal de la gente. Salvo esa vez, que yo recuerde, en que me estaba contando una injusticia que había presenciado en su curro. Una situación que a cualquier otra persona le habría dado para horas y horas de injurias contra la culpable (una tipa terrible, por lo visto, compañera suya), de mi amiga solo consiguió un frío “Ésa… ésa es que es guay”.
“Guay”, por el amor de Dios.
Si dosificas tus insultos, cuando dices “tonto” es como si dijeras “me cago en toa tu raza”. Si no dices tacos, cuando sueltes un cotidiano “joder”, será como si se abrieran las puertas del infierno y salieran demonios con tridentes y taparrabos. Si eres un niño senegalés y lo más grande que has visto en tu vida es un camello, cuando veas un camión del París Dakar lo vas a flipar.
En cualquier caso, lo que me gustó del comentario de mi amiga es que eligiera el insulto (?) “guay” como lo peor que se le puede decir a una persona. En parte, en aquella época yo sufría por no ser guay: no era Indiana Jones, ni Kubrick, ni el papa de Roma. Yo quería mundillo, cócteles, happenings, saraos, chicas (sobre todo chicas… pero no una, no, todas deberían caer a mis pies… y como no caía ni una, pues era un fracaso todavía peor), quería una vida mundana, leve, rápida,… y tenía una vida normal tirando a demasiado normal.
El comentario de mi amiga me hizo sentirme un poco imbécil por no haber prestado atención: qué coño era eso de querer ser guay, qué coño era ser guay, y sobre todo… la gente guay no me caía bien.
Además, tenía colegas que hacían esas cosas por las que yo suspiraba… pero no era por eso por lo que eran mis amigos. Y es de eso de lo que trata esto hoy.
Tengo yo un colega que, a pesar de estar en una posición que se lo permitía, nunca se ha dejado seducir por el guayerismo. Es una gran persona A PESAR DE TENER VARIOS TALENTOS, una cosa que vista la imbecilidad de la mayoría de la gente con don (véase cualquier capítulo de CR7) es de reconocer.
Se me ocurre que el ganador del Oscar esa noche duerme solo, o con una tipa que ni le interesa, mientras que el finalista del corto de animación (del que nadie sabe su nombre) esa noche se lo pasa pipa con su novia y con su hermano por las calles de Los Angeles. Puede que el futbolista retirado sea más feliz entrenando a los chavales de su pueblo, que el trepa que ahora lleva un equipo de Primera División. Es posible que la chica que se haya tirado tres horas cambiándose de ropa acabe con un tipo que le iba a tirar los trastos a su amiga, mientras que la hippie cuya ropa en total cuesta 20 euros acabe teniendo la conversación de su vida con el chaval más guapo y simpático de la fiesta.
Esto ya lo saben ustedes, que vieron La Bella y la Bestia y aprendieron que la belleza está en el interior (aunque en esa peli había trampa: el monstruo tenía un castillo).
Tengo yo un amigo que parece guay, porque ha hecho -y hace- un montón de cosas. Cuando lo miras de cerca te das cuenta de que no es guay, es una persona normal (real). Y eso le hace aún más grande.

Desde aquí le mando un abrazo, porque sé de buena tinta que es un seguidor del biofrutismo.

Suerte a todos. Y ojo con los aires acondicionados, que ahora se constipa uno mucho.

7 comentarios:

  1. En realidad la gente carismática lo es sin pretenderlo, porque en el momento que lo pretende pierde la frescura y deja de serlo.

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  2. YO TAMBIÉN QUIERO SER GUAY. ESTOY BORRACHO. NOS QUEDARÁ, MENOS MAL, DRYMARTINY S.A.

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  3. sedmortal, que eres tú el del post

    claudia, eso me recuerda a lo de Stuart Mill "sólo hay que preguntarse si se es feliz para dejar de serlo"

    Saludos desde el calor de la hostiasantabendita

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  4. Joe, de Mill recuerdo el principio de indemnidad y alguna cosilla más, en cuanto a teorías sobre felicidad solo recuerdo que el placer intelectual predominaba sobre el físico, o algo así, pero la frase no la conocía.

    Seguramente estará muy bien sustentada, y leyendo la argumentación me convenza, pero así de primeras tengo que decir que discrepo :P

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  5. dry in the real city18 de junio de 2009, 23:50

    claudia, si vienes a murcia, marlowe y yo te invitamos a cenar

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  6. Va... os tomo la palabra, luego no vale echarse atrás ;)

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  7. Joder dry; acariciale la nuca;que es lo que necesita; se le ve que es humilde y grande; y no le conozco casi.

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