sábado, 13 de junio de 2009

EL TIBURÓN VICTORIA (II), por drysnki


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Permítanme que les cuente esta historia ahora. Sé que hay post más urgentes, sé que debo escribir sobre la aventura de Madcap, sobre cómo lo estoy echando de menos; sé también que hay un post-homenaje pendiente para alguien; hay también novedades en el ámbito de las ttjas, con varios post posibles para el comienzo, el nudo y el final de la historia; por si todo eso fuera poco, un club de fútbol acaba de pagar casi cien millones de ecus por un bakala, lo que me daría para escribir cienes y cienes de páginas llenas de demagogia y mala uva.
Sin embargo algo me empuja a hacer esto hoy, mientras aún resuenan en mi cabeza las palabras de Walter, que, además de ser su protagonista, es el que me ha contado lo que sigue,.
Walter es músico, uno de esos músicos malos con ganas, y con una trayectoria de lo más irregular. Sin embargo, el otro día le ofrecieron tocar con una banda con posibles. Ensayó como si le fuera la vida en ella, hasta que en los dedos le salieron unos callos de recogedora de percebes de las Rias Baixas. Llegó el día del concierto y los nervios le atenazaban. Había muchas cosas en juego, una situación novedosa, sobre todo comparada con los meses anteriores.
Ya subido al escenario, tenemos a Walter tocando los temas de su nueva banda, rígido y tenso, pero bien. Sobreponiéndose al miedo físico e intentando mantener la concentración, para no meter uno de esos “cazos” que harían sonrojar al público y enfadarse a la cantante. Walter está en una de las esquinas del escenario, que está en alto y cerca de una de las puertas del local, que acaban de abrir porque hay tanta gente que ya no se puede entrar por la principal. Nota el aire fresco de la noche de junio que le da un poco por la espalda, nota gente entrando y mirándole desde abajo mientras se adentran en la marabunta del público. Cuando por fin se decide, durante uno de los riffs más complicados de entre los que tiene que hacer, cuando por fin se decide –decía- a mirar a su izquierda, su mirada va directamente al punto de fuga de la imagen. Walter se ha girado y sus ojos van como una flecha a clavarse en unos ojos azules intensos que le miran desde abajo. Todo ocurre en una décima de segundo, pero sabe que es uno de los recuerdos más perfectos que jamás va a conservar. La chica está entrando al local, en un momento del concierto, que más bien parece una banda sonora para esa situación. En un razonamiento fugaz, Walt se hace una composición de lugar: es casualidad que ella esté aquí, no ha venido –ni mucho menos- a verte. Va con su chico, que avanza delante de ella, haciéndose un hueco con su imponente cuerpo de jugador de polo suizo: él no sabe nada de la escena que se está desarrollando a su espalda, y que acaba de congelar el tiempo. Durante una décima de segundo sus miradas, la de Walt y la de ella, se cruzan, y en la cara del primero y empujada por un escalofrío en todo su cuerpo nace una sonrisa triste, como a cámara lenta. Desacostumbrado como está a que la realidad proporcione momentos mágicos, Walt no sabe si ese segundo se volverá mezquino en seguida… pero nada de eso ocurre. La realidad y el propio Walter, y la música, y ella, y su novio, todos están a la altura de semejante confabulación de circunstancias. Sus ojos azules se abren todavía más, Walt mantiene su sonrisa. Entonces, el tiempo se reanuda. Sigue el riff y la gente empuja para entrar, ella busca la mano de su novio y los camareros siguen sirviendo, ajenos a todo lo que acaba de pasar.
Durante el resto del concierto Walter encuentra varias veces los ojos de la chica a la que ama, y le cruzan por la cabeza pensamientos de adolescente como coches de carreras. También al final la ve, incluso habla con ella, incluso ella le obliga a estrechar la mano de su jugador de polo (“éste es Walter, él es…”, no consigue retener su nombre, menos mal).
Mientras carga todos los instrumentos en el coche, Walter la ve sentada con sus amigos fuera en la acera, tomando una cerveza, y le invade una envidia épica: ojalá fuera yo el que escucha lo que dice, el que la puede mirar de cerca durante más tiempo que una décima de segundo; ojalá fuera yo el que ahora se aleja con ella para buscar el coche, el que la abraza por la espalda antes de entrar al portal, el que baja la basura porque antes se les ha olvidado, el que la besa bajo las sábanas.
Han pasado un par de días y Walt me lo cuenta como si se hubiera quedado suspendido en ese momento, pobrecito, y acaba diciéndome que ya no quiere encontrársela nunca más.

3 comentarios:

  1. Que historia más triste Mr Dry. Y más cotidiana. Supongo que no he podido evitar pensar que todos hemos sido alguna vez Walter, y mucho me temo que, como las colecciones en otoño o las peonzas en primavera, la sensación Walteriana regresa cada año sin previo aviso.

    Leyendo la historia de Walter tampoco he podido evitar recordar la película del jovencito Frankestein. Todos aquellos que hayan visto este clásico en blanco y negro conocerán a Aigor, ese personajillo oscuro que sigue a todas partes al profesor y se apresura a cumplir sus órdenes. Esta figura chepada y zompa es la versión cinematográfica de lo que las mujeres denominan “mi mejor amigo®”.

    Aigor, o el mejor amigo de una chica, resulta ser un pobre desgraciado. Enamorado de los estribillos de Raphaela Carra y de la chica en cuestión hasta la medula.

    Con frecuencia ellos duermen juntos, porque él “es sólo un amigo” y además así ella no necesita calefacción.

    Normalmente, y si Aigor cumple, va recogerla al garito de moda. Le paga las copas mientras ella se pega el filete con el hijo de puta de turno. Cuando él le rompe el corazón, ella siempre puede acudir a llorar sobre el hombre de Aigor y dormir sobre su pecho mientras Aigor se pregunta si por fin será esa la noche en la que le dará el infarto.

    Pobre...

    Esperemos que Walter acabé olvidándose de ella y como los objetos de colección por fascículos y las peonzas acabe arrinconado esa sensación en algún rincón polvoriento de la casa.

    Al menos hasta la siguiente primavera

    Un saludo

    PD: He hablado con el hermano de Madcap. Y sí, parece que ser que al menos sigue vivo. Si alguno puede aportar alguna otra información, o él mismo lee esto, por favor, compártalo con sus hermanos biofrutas. Amen

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  2. querido anónimo

    Madcap está vivo, pero incomunicado en su nuevo destino. Está bien,salvo que tiene ciertas agujetas en las mandíbulas de apretar los dientes: la razón es que aún no se ha ubicado del todo, y tampoco se lo están poniendo fácil. Pero es un tiarrón del sureste, y seguro que se las apaña pronto.
    Llámenlo a su móvil español si quieren, pero, eso sí, la llamada la paga él.
    ME dijo que en cuanto pueda conectarse escribirá su primer capítulo de las "Crónicas de Madcap"

    Salúdeme a Igor, perdón, Aigor

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  3. Una chepa molluda de gordo también es comoda. Ohh querido dry; me ha conmovido si; porque veo el infinito magico del amor; pero a la vez solo eso; amor de otra chica juguetona que no merce ni la mitad de un dry hùmedo.

    Saludos ornie/ pronto hablamos; este teclado es un infierno: sone contigo; cosas curiosas a la par que norales. emborracharse sera la solucion? claro; al menos por el momento

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