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Es algo así como mi jefa. Su aspecto es bastante monjil, y que me perdonen las lectoras del blog por el adjetivo, pero no se me ocurre ninguno más acertado. Tiene treinta años, lo sé porque me lo ha dicho hoy. Desde hace tres años trabajamos en la misma empresa, pero sólo hace dos que es algo así como mi jefa. Creo que siempre me ha mirado el culo, sobre todo porque durante estos tres años han caído más de seis comentarios acerca de lo bien que me quedan los pantalones, o el tipete que tengo con estos diez kilos de más que he ganado a base de tocarme las bolas en el sofá y beber cervezas en plan Homer. Debo de tener un culo respingón, porque es de largo la parte de mi anatomía más comentada en plan picantón por las zagalas, pero eso es otra historia para otro post más autobombero.
Durante estos años han caído otros comentarios más acerca de lo guapo que estoy con el pelo corto (un eufemismo para referir mi alopecia galopante), o lo guapo que estoy con las patillas del cantante de Supergrass, o lo guapo que estoy con mi moreno magrebí. Comentarios todos ellos que me han hecho ponerme colorado, pero no demasiado, ya que siempre han sido recibidos con condescendencia por mi parte porque provenían de una mujer que: a) es mi jefa, b) viste en plan monjil, C)... o, mejor C)ESTÁ CASADA.
Yo, por mi parte, también la he mirado a ella. No sé si han tenido ustedes la suerte de yacer con un corredor/a de fondo, pero ya les aseguro yo que es el cuerpo mejor moldeado de todas las disciplinas olímpicas: duro como una roca, y todo hacia arriba, no sé si me entienden. Evidentemente, no es a la compañera a la que más escudriño. Marlowe y Madcap saben, por ejemplo, que comparto cafés cada mañana con la chica más atractiva que he visto en mi vida. Sin embargo, la vida del salido profesional es siempre así, y mi jefa-corredora también se ha llevado alguna que otra fantasía.
Hace unos días coincidimos en el pasillo. Yo estaba a unos veinte metros de ella, que me saludó desde lejos antes de lanzarse a bajar las escaleras como un canguro. Seguí andando y, de repente, ella reapareció: había subido de nuevo las escaleras y avanzaba de nuevo hacia mí con sonrisa picarona. Me dijo cuando estaba a mi lado -tan cerca de mí que alcancé a verle la zona peligrosa del sujetador- y con voz de locutora de radio nocturna: "Oye, que ahora que no me oye nadie, ....que estás muy guapo". Me puse colorado y dije un estúpido "gracias". Nunca le he respondido a los piropos por solidaridad con su marido y, en general, con todos los novios pardillos del mundo, y ésa no iba a ser una excepción; pero me quedé pensando en su escote un buen rato.
Bien, la introducción está ya.
Ahora, lo de hoy.
En la comida de empresa, y con unas 8 copas encima me he sentado a su lado. Ha pedido que nos echáramos fotos juntos, y nos hemos hecho unas cuatro o cinco, de esas en las que ella ha aprovechado para acurrucar su cabeza en mi hombro y poner su mano abierta en mi pecho. Nada extraño si tenemos en cuenta los antecedentes, y que hoy el calor y el alcóhol han hecho que nos metamos mano todos sin ningún pudor. Y sí, en las fotos he aprovechado para asomarme al balcón del escote de su pecho de cisne e imaginarme cómo sería lo de abajo. En fin, corredoras, he pensado.
Al rato me he vuelto a sentar con ella, y como no sabía de qué hablar, y me parecía muy feo flirtear (por su marido, sobre todo), pues le he espetado un cándido "¿Y qué? ¿Qué HACÉIS este verano, os vais a la playa, o qué, eh?".
Entonces, me mira con una sonrisa triste y levanta su mano derecha, enfocando mi mirada hacia su dedo anular. Qué hay en ese dedo, os preguntáis. Pues no es la pregunta correcta. La pregunta es qué no hay, y lo que no hay es por supuesto, anilloa. There´s no ring, man.
Le pregunto cómo está y me dice que bien, que ha sido un mes difícil (hace dos de la separación), pero que ya está con ganas de salir del bache. Le hago otro gesto cariñoso, acariciando su nuca y se me empieza a disparar la imaginación. Me estoy poniendo tan mal, que me levanto y me pido otro copal. Noto que me busca con la mirada, yo me escurro por entre mis compañeros que se están metiendo mano a nivel DEF CON CUATRO. Empiezo a pensar, si me la cruzo por el pasillo o por fuera del restaurante (una casa rural apartada en medio de ningún sitio),estoy perdido. Mientras, mi imaginación va tres pueblos por delante y ya le he quitado toda la ropa y estamos haciendo temblar los Pilares de la Tierra.
Me he escondido durante una hora y media más hasta que ella se ha ido; pero me he econdido de una manera muy idiota, porque deseaba encontrármela a solas en realidad. El alcóhol es mal consejero, pensaba todo el tiempo. Aguanta, Dry, no te metas en jardines.
Luego, cuando me he montado en el Drycar, he venido maldiciendo en arameo, gritándome "Borra su puto número, Borra su puto número, Borra su puto número, Borra su puto número, Borra su puto número, Borra su puto número."
Al final lo he borrado. La cosa es que no me fío de mí ni un pelo, no vaya a ser que le fuera a mandar un sms en plan, "hey, nena", que me conozco y mi estupidez aún no ha tocado techo.
La borrachera no se me ha pasado, porque no hace ni dos horas de eso. Tampoco se me va de la cabeza su escote, ni su cuerpo de campeona de medias maratones..
Mr. Dry, esto es lo que hay
ResponderEliminarAhhh acabo de caer, la cosa es que es la jefa, ahora por no penetrarle hondo en el corazón te va a despedir,.
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