lunes, 20 de agosto de 2012

EL ASESINO SIEMPRE VUELVE AL LUGAR DEL CRIMEN, por Dry

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"Creo que voy a matar a Holmes". Eso le puso Arthur Conan Doyle a su madre en una carta. Estaba harto del personaje. Él quería escribir novelas históricas, o directamente, libros de historia. Estaba harto de crímenes, de comentarios sagaces, del hieratismo casi cruel de su alter ego detective. Pero si de algo estaba más que harto era de la fama de Holmes, que le eclipsaba de una manera dolorosa e inexplicable. El reconocimiento del "autor" en la época victoriana, especialmente en los folletines que publicaban regularmente los periódicos, no era ni mucho menos como el de ahora. Seguramente muchos de los lectores de las aventuras de Holmes apenas se planteaban que hubiera un autor detrás. Quizá muchos de ellos solo repararan en el nombre de Conan Doyle aquel fatídico domingo en que compraron el Strand Magazine y vieron que el título de la nueva aventura de Holmes era un sucinto y terrible "El último caso de Sherlock Holmes". Cuando leyeron la historia sus peores temores se hicieron "realidad": Holmes moría en las últimas páginas. ¿Quién era aquel malnacido que había despeñado al detective por el precipicio de Reichenbach?... Arthur Conan Doyle




El autor sabía el revuelo que iba a causar su decisión (aunque no esperaba amenazas de muerte, por ejemplo), así que hizo una cosa terriblemente curiosa. Entregó el manuscrito en las oficinas del Strand Magazine, bajó las escaleras, cogió un coche de caballos y se dirigió a la estación de tren donde le esperaban su mujer y un indeterminado número de maletas. Para cuando "El último caso" se públicó, Conan Doyle ya estaba en Suiza, listo para conocer el precipicio que se había tragado a Sherlock Holmes.








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