"La solidaridad de los hombres en el pecado la concibo, concibo también la solidaridad en la reparación, pero no la solidaridad con los padres de todas las maldades de éstos, esta verdad, se entiende, no es de este mundo y yo no puedo concebirla. Algún bromista diría, acaso, que es lo mismo, el niño crece y tendrá tiempo de pecar; pero ahí está ese otro que no creció perseguido por los perros a los ocho años. ¡No blasfemo, Aliosha! Comprendo cuál será la conmoción del universo cuando todo, en el cielo y bajo la tierra, se una en una voz de alabanza y todo lo vivo y lo que vivió exclame: <<¡Tienes razón, Señor, pues has revelado tus designios!>> Cuando la madre se abrace con el verdugo que hizo devorar a su hijo por los perros y los tres exclamen con lágrimas en los ojos: <
No quiero la armonía, por amor a la humanidad no la quiero. Prefiero quedarme con los sufrimientos no vengados. Me quedaré mejor con mi sufrimiento no vengado y con mi indignación no satisfecha, aunque no tenga razón. Además, han puesto un precio demasiado alto a la armonía, nos resulta demasiado cara la entrada. Por eso me presuro a devolver mi billete. Y si soy un hombre honesto, estoy en la obligación de devolverlo lo antes que pueda. Es lo que hago. No es que no acepte a Dios, Aliosha, me limito a devolverle el billete con mis mayores respetos.
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