miércoles, 26 de mayo de 2010

DARED EVIL Y EL DESEO DE SER UNA PIEDRA, por Mr Dry


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Freud, que era terriblemente listico, había elaborado él solo toda la teoría psicoanalítica, ya saben con todo ese rollo de la mente tripartita, los trastornos de personalidad y los diagnósticos a partir de la psicoterapia. Sólo por eso ya se merece una estatua en su pueblo y que la gente aprenda a decir su nombre correctamente.


Sin embargo, como saben también, las teorías de Freud están muy devaluadas ahora. No solo por la gente imbécil, que lo reduce a conceptos mal entendidos como el "complejo de Edipo" o "la envidia de pene", sino también por casi todos los psicólogos de la segunda mitad del siglo XX. La aplicabilidad de las teorías de Freud es su punto débil (aunque en su defensa, sería como recriminarle al inventor de la rueda que su prototipo no sirva para ponerlo en un avión o en un coche de F1).


Sin embargo, hay algo en Sigmundo que sigue molando que te pinchas, a pesar de todos los pesares (como que sea un misógino de la hostiasantabendita). Y ese algo es su -perdónenme el palabro- honestidad intelectual.



Cuando Freud vio que la base de su teoría psicológica hacía aguas, simplemente, la cambió. Básicamente, Freud creía en lo que él llamaba "el principio del placer", que viene a decir que todas las personas se acercan instintivamente a lo que les produce placer, y se alejan de lo que les produce dolor. Ese placer y ese dolor pueden ser inconscientes o perversos, y ahí es donde radica la diferencia de Freud con otros "psicólogos" como David Hume o incluso Aristóteles.



Así, Freud "podía explicar", por ejemplo, las perversiones sexuales como el resultado de una mala sublimación de las pulsiones sexuales, que en vez de haberse dirigido racionalmente hacia los genitales, se habían perdido por el camino, depositándose en sitios insospechados. (Por eso, según él, hay gente a la que le mola que le zurren, o que le laman los codos).



La gente estaba encantada con su teoría: era nueva, era omniexplicativa, y además, permitía a esos señores de barbas hablar de pollas y clítoris, lo que les molaba del todo después de tanta represión victoriana. Sin embargo, a él, que no se conformaba con que le dieran palmaditas en la espalda, no le parecía suficiente.



Freud cambió su teoría (aunque dejó intactas las estrategias de la psicoterapia, que es lo que hoy está más pasado de moda que el miriñaque) porque vio algo, algo que le acerca tremendamente a posturas filosóficas más complejas. En "Más allá del principio del placer" repudió su teoría acerca del placer y del dolor como los polos que guían la conducta humana. Era bonito, sí, pero ¿era verdad?


En un alarde de soberbia, Freud dijo que la dualidad no era entre placer y dolor, sino entre Eros y Thanatos. Eros se suele traducir como "amor" y thanatos como "muerte". ¿Por qué no entonces, eros y neikós ("odio")? Pues porque él los iba a usar de otra manera.


Eros es un dios primordial, que para los griegos simboliza la atracción sexual, el amor y el sexo. O sea, el deseo de estar con los demás, y por extensión (y aquí está la clave), de usar la energía propia para participar activamente en el mundo. Thanatos, es la personificación de la muerte no violenta, y por extensión, la ausencia de energía, el no-deseo.


Así los usa Freud. La vida es una lucha, un nadar contra corriente en el que si dejas de bracear te vas para atrás. La vida es una lucha por la supervivencia, decía Darwin. La vida es, en definitiva, una "presión constante que hay que gestionar". Eros es el impulso de subirse al carro. Eros es el deseo de centrifugar nuestra energía, de liberarla, de darla. De ahí que se confunda con el sexo, pero también con tener hijos, por ejemplo. Thanatos es lo contrario: frente a la presión, la respuesta es nula; es arrugarse hasta la posición fetal (que nos recuerda la paz en la que no había tensión, según Freud, el útero materno).


De ahí que el sinónimo de depresión es la apatía, el deseo de no sentir, y su antónimo sea la actividad (no la alegría, que es una emoción "superficial"). Frente a la presión de la vida, dos posibles respuestas (o más bien, la mezcla desigual de las mismas): eros y thanatos, el deseo de expandirse, frente al deseo de arrugarse. Son deseos sin objeto, sin término, de ahí que ya no haya explicación simplona como en "dolor" y "placer" físicos. Son impulsos ciegos, como en Darwin, con la sana diferencia de que en Freud se pueden hacer conscientes. Por eso me gusta tanto este tipo, joder.





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1 comentario:

  1. Soy de esa parte imbécil del mundo que nunca entendí bien a Freud porque pensaba que sólo hablaba de sexo (puro y duro). Me cabreaba bastante no comprender nada. Gracias a este post ya tengo una visión más clara de el señor S, que era un tipo listo o por lo menos se lo hacía. Lo que no me queda tan claro son las teorías de Freud aplicadas a la vida moderna en estos tiempos que corren. No creo que haya consciencia en nuestros actos, sino que primeramente los mueve el deseo (bueno o malo). Las emociones mueven el mundo, de forma irracional, y después se intenta dar una explicación consciente y racional de lo que se ha hecho, quizás para sentirnos bien, quizás porque en el fondo somos más simples de lo que pensamos, quizá porque realmente no hay teorías válidas ni axiomas, y todo flota en el aire como una maraña enredada que nos hace pensar que hay algo que explicar cuando realmente no hay nada.

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