La ley fundamental dice que si tu estrategia tiene éxito era acertada, y que si fracasa es porque era equivocada.
Esto que puede parecer una perogrullada, una obviedad, es la única ley que persiste en la naturaleza después de que miles y miles de científicos de todas las épocas hayan ido desentrañando los misterios que nos rodean. Lo único que podemos hacer es describir, a toro pasado, lo que la realidad nos enseña. Completamos con hipótesis lo que se nos escapa, pero en el fondo sabemos que nuestras explicaciones son sólo historias que nos contamos para dormir más tranquilos. En realidad, esto lo resume el refrán español más aparentemente inofensivo, pero más demoledor: Bien está lo que bien acaba. O como lo expresó Darwin (la frase es de Spencer): los que sobreviven son los más aptos... y los más aptos son los que sobreviven.
La frase puede parecer circular. Pero no lo es. Porque NO EXPLICA, sino que DESCRIBE.
Así estoy yo hoy, en mi primer bajón anímico de este solitario verano murciano, tras comprobar que mis estrategias no son aceptadas como válidas. No me adapto bien. Y no es a priori, no es culpa mía: es sólo que el mundo no necesita lo que yo tengo para ofrecer.
En el mundo animal se ve muy bien: los tigres de bengala tienen dientes como sables, las ballenas tienen caderas y pulmones, y las gallinas tienen alas. Pero que si quieres arroz, Catalina, que eso no les sirve para nada. Tampoco es que esos atributos les vayan a matar pero, visto lo visto, en la lucha por la supervivencia son más bien neutros.
Mis estrategias, sobre todo estas últimas semanas, se han desplegado como la cola de un pavo real en blanco y negro, o con colores del todo inadecuados.
Puede que en algún momento la naturaleza se pliegue caprichosamente, y entonces mis vastos conocimientos sobre teorías idiotas resulten más aptos que unos abdominales marcados o un coche deportivo. De momento no es así, pero si están ustedes familiarizados con la teoría de la selección natural ,saben que los individuos más aptos no son los mismo en todas las circunstancias: a veces es mejor ser el más fuerte, y otras veces es mejor ser más débil. La selección la lleva a cabo el entorno, y no se decide a priori. Por ejemplo, cuando la extinción de los dinosaurios los mamíferos sobrevivieron porque eran pequeños como ardillas y vivían escondidos en los árboles. O en la extinción del Pérmico, que acabó con el 99% de las especies, dejando vivas solo a las algas y a las bacterias.
No pido una extinción, ni quiero que cambien las reglas del juego: así están bien. Pero hoy estoy un poco harto, porque me ha tocado perder de nuevo, y mis estrategias adaptativas han resultado insuficientes one more time.
La peligrosa idea de Darwin, que resume todos los procesos naturales, hoy me parece una putada.
Todo en la naturaleza es adaptación, empezando por lo que llamamos vida.
Y encima hace un calor que lo flipas.
Esto que puede parecer una perogrullada, una obviedad, es la única ley que persiste en la naturaleza después de que miles y miles de científicos de todas las épocas hayan ido desentrañando los misterios que nos rodean. Lo único que podemos hacer es describir, a toro pasado, lo que la realidad nos enseña. Completamos con hipótesis lo que se nos escapa, pero en el fondo sabemos que nuestras explicaciones son sólo historias que nos contamos para dormir más tranquilos. En realidad, esto lo resume el refrán español más aparentemente inofensivo, pero más demoledor: Bien está lo que bien acaba. O como lo expresó Darwin (la frase es de Spencer): los que sobreviven son los más aptos... y los más aptos son los que sobreviven.
La frase puede parecer circular. Pero no lo es. Porque NO EXPLICA, sino que DESCRIBE.
Así estoy yo hoy, en mi primer bajón anímico de este solitario verano murciano, tras comprobar que mis estrategias no son aceptadas como válidas. No me adapto bien. Y no es a priori, no es culpa mía: es sólo que el mundo no necesita lo que yo tengo para ofrecer.
En el mundo animal se ve muy bien: los tigres de bengala tienen dientes como sables, las ballenas tienen caderas y pulmones, y las gallinas tienen alas. Pero que si quieres arroz, Catalina, que eso no les sirve para nada. Tampoco es que esos atributos les vayan a matar pero, visto lo visto, en la lucha por la supervivencia son más bien neutros.
Mis estrategias, sobre todo estas últimas semanas, se han desplegado como la cola de un pavo real en blanco y negro, o con colores del todo inadecuados.
Puede que en algún momento la naturaleza se pliegue caprichosamente, y entonces mis vastos conocimientos sobre teorías idiotas resulten más aptos que unos abdominales marcados o un coche deportivo. De momento no es así, pero si están ustedes familiarizados con la teoría de la selección natural ,saben que los individuos más aptos no son los mismo en todas las circunstancias: a veces es mejor ser el más fuerte, y otras veces es mejor ser más débil. La selección la lleva a cabo el entorno, y no se decide a priori. Por ejemplo, cuando la extinción de los dinosaurios los mamíferos sobrevivieron porque eran pequeños como ardillas y vivían escondidos en los árboles. O en la extinción del Pérmico, que acabó con el 99% de las especies, dejando vivas solo a las algas y a las bacterias.
No pido una extinción, ni quiero que cambien las reglas del juego: así están bien. Pero hoy estoy un poco harto, porque me ha tocado perder de nuevo, y mis estrategias adaptativas han resultado insuficientes one more time.
La peligrosa idea de Darwin, que resume todos los procesos naturales, hoy me parece una putada.
Todo en la naturaleza es adaptación, empezando por lo que llamamos vida.
Y encima hace un calor que lo flipas.
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