domingo, 25 de septiembre de 2011

THE CATCHER IN THE RYE, por Dry

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Muchas noches Holden Caulfield tiene el mismo sueño: unos niños juegan un partido de béisbol en un inmenso campo de centeno. Corren confiados de un lado a otro sin saber que en uno de los flancos hay un enorme precipicio. Sin embargo, ahí está él, jugando en posición de catcher, listo para agarrar de la camisa a cualquier niño que se acerque demasiado al abismo. Sueña con salvarlos de un peligro que él conoce, con salvar la inocencia, protegerla de las maldades que la acechan.


Sin embargo, la vida consiste precisamente en eso, en que no es posible protegerse de todo y a todos.


La ilusión de la invulnerabilidad es omnipresente. A todos nos gusta creer que ninguno de nuestros niños caerá por el precipicio. Como mucho, podremos entender que les pase a otros niños. De hecho, en cierta manera, ésa es la hybris que delimita nuestra propia concepción de la seguridad: conocemos el peligro porque ya han pasado desgracias a nuestro alrededor.


En esta cultura que nos ha tocado, la muerte se esconde y se niega la tristeza. En el fondo seguimos pensando que basta con no enfadar a los dioses; mientras tanto, se cree de manera desfogada en las posibilidades de uno mismo.


Las curas de humildad vienen cuando te suena el teléfono y te dicen que es tu hijo el que se ha caído cuando jugaba al béisbol en un campo de centeno.

Nos piden, eso también, que no lloremos, que ocultemos el dolor, la tristeza, la muerte. Nos cuentan mentiras acerca de una vida mejor. Nos protegen aún más allá de los límites de la decencia intelectual.



Accidentes de coche, enfermedades de las que aterrorizan solo con nombrarlas, lluvia en el día de tu boda, infidelidades, embarazos no deseados, tropezones mortales cuando uno va comiéndose un calippo por la calle, fulminan la superestructura mental que nos hace sentir seguros en el mundo.

¿Por qué me ha tenido que pasar a mí? nos preguntamos en un alarde de egocentrismo tal que negamos la mayor de las igualdades de los hombres.


Aprender a vivir de manera trágica supone sacar pecho cuando te apuntan con un arma, querer la lluvia y asumir que los niños seguirán cayendo. Aceptarlo porque no te queda otra, porque todo lo demás es mentira.

Y no se trata de resignación (en ninguna de sus versiones), ni del placer sadomasoquista que experimentaría un voyeur de la destrucción. Se trata de que todo lo demás es una puta mierda, y de que ésa es la única opción digna.






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4 comentarios:

  1. L'inspecteur Marlowe26 de septiembre de 2011, 8:07

    Completamente de acuerdo, aunque no he entendido la mayor parte. Yo soy un moderno de la tragicomedia

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  2. Qué pena, esto deja de ser biofrutas y cada vez se parece más a una antología de la música indie española de los 90.
    Puag, que se pare el mundo que yo me bajo aquí

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  3. el anterior comentario es mío, que creo que no ha salido el nombre

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