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En un intento por escapar de la historia, que le arrebata, le lacera y le niega respuestas, el hombre primitivo prefiere asimilarse a un arquetipo y anclarse a la realidad del eterno retorno.
Un tiempo que vuelve sin cesar es un tiempo de nuevas oportunidades cada vez. A cada regeneración el tiempo pasado combustiona. El agua purifica, limpia; el fuego hace desaparecer. Se queman en la hoguera (o en la orgía) los pecados del tiempo profano, que es irreal. El rito no exige penitencia (y si lo hace, habrá que sospechar un abuso de poder).
Sólo el pecador vive en el tiempo profano. Únicamente él pregunta por qué. Contempla desde fuera, enfrenta la tormenta con el miedo a perderlo todo, se agarra al tiempo como un náufrago a sí mismo.
Sin embargo, algunos -que han visto la tramoya de la realidad y ya han aprendido a poner nombres- disuelven su miedo con pasmosa facilidad .
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