Del viento blanco al viento gris; de la confusión a la ceguera - cm

La procesión sigue por los senderos que las cabras marcaron hacía muchos años. Los niños ven cucuruchos en las cabezas, pero ellos nos ven con buenos ojos, no saben lo que ven, llevamos hábitos serios, antes morados, ahora marrones. Pero ni los niños preguntan por las cabras, nadie buscaría semejante cosa, a fin de cuentas andamos mucho para olvidar ciertos caminos sembrando primero dudas generacionales, como fragmentada, luego una duda general en masa, más tarde floreció el tedio y quedaron esporas de amargura. Los más felices, aquellos que ríen sin sentir llevan su bici estándar desprovista de interrogantes. Los que ríen francamente intentan rodearse de la familia para que el vacío de los que llaman locos no les chupe la personalidad. Hasta se tienen hijos por rutina y ya muchos ni se estremecen. Algunos tragan saliva, otros abortan. Si antes parecíamos animales domésticos patosos ahora somos la hiedra que mata al animal salvaje. La razón nos ha dado el sin sentido.

A pesar de todo esto se sabe que el carácter de la procesión lo marca la edad, mejor dicho, el tiempo, porque nos han metido el tiempo hasta los huesos, hasta la muerte. Los niños siguen igual, los jóvenes dan las mismas volteretas, lo desconocido sigue sorprendiendo de nuevo. La procesión por cierto, ya no se ve; sino que nos quedamos con ciertos fragmentos que pegamos en una gráfica de comprensión que intentamos que sea lo más lineal posible, mirando más allá cuando el tedio demanda un empujón hacia la vida.

Menos mal que todo esto es ficción desde un punto de vista obtuso, si no estaría temblando, de hecho no lo he entendido, no tiene ni principio ni fin, este escrito no tiene cordura. Veré algo que no sea lineal esta noche, fotos de tetas y una serie del momento. Pronto otro gallo cantará, pero no se sabe aún de qué naturaleza viene pintado, ni si querremos oírlo.