LO TRÁGICO ES MAGNÉTICO, por Dry is the number

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Pues pensaba estos días atrás en pedir guarnición de patatas y ensalada para tragarme mis palabras sobre las virtudes del facebook, pues se acercaba la fecha fatal de la cena con mis ex-compañeros de colegio, orquestada a través del invento del demonio.

Recordaba las palabras premonitorias de Tiresias Chargaff (aka Rule of Charm) acerca de la banalidad del mal que esconden los comments en los muros, los megusta en los videos, las solicitudes de amistad traídas desde el pasado en riguroso directo. Todo tan cerca y tan fácil, que infecta miles de ciberalmas a poco que bajes la guardia, y vuelve a la gente turuleta con la realidad virtual.

Inexplicablemente, un amigo mío, un tío con criterio y buen hacer, de esos a los que harías padrino de tus hijos (o le prestarías la planta de interior, según la modalidad), se encargó de organizar todo a base de spam en facebook y comentarios intimidatorios en plan "oye, no me jodas con que no vas a venir, eh? que te conozco...".

Llegó el día -ayer- y a mí se me olvidó por completo. Me fui a casa de unos amigos a ayudarles a poner la moqueta, y cuando estaba en plena Euforia Ñapas colocando cinta doble autoadhesiva (me encanta como título de mi siguiente novela), me suena mi flamante móvil nuevo (mecagoenelqueinventólostáctiles) y me grita mi amigo que dónde estoy, que están todos sentados alrededor de la mesa, y que sólo falto yo.

Le digo que voy en cuanto pueda, pero que vayan cenando, que por mucho que corra, llegaré a la segunda copa por lo menos.

Así, sin duchar, con cola adhesiva en los pelos de las piernas (sí! pantalones cortos!), mi camiseta de Grúas Martínez y mi barba del Capitán Frudesa, me acerqué al bar donde me esperaba gente a la que hacía unos quince años que no veía para pasar su examen de "hay que ver qué mal te ha sentado cumplir años".

Allí estarían todos. O mejor dicho, todas, porque zagales sólo estábamos mi amigo organizador y yo (los demás deben estar en la cárcel o planeando atracos a sucursales de bancos de barrio). Allí estarían Pochola, Piluqui, Soraya y todas las demás harpías de mi clase, despellejando primero a todos los que no estaban, y luego a entre ellas con malvadas indirectas guasonas.

De camino pensaba "puto facebook, puta nostalgia chunga, puta mierda de huelga, ..." y en general todo lo que empezara por el sustantivo adjetivado "puto/a".


Y proyecté, proyecté sin parar. Imaginaba conversaciones idiotas sobre un pasado falso y azucarado, estulticias variadas sobre sus maridos e hijos, miradas fugaces a mis pantalones de jincho, ... total, un sinvivir, vaya.

Pero claro, el viejo Dry es también un gárgamel de cuidado. Y al abrir la puerta del bar, le dio como una cosa rara en el estómago al ver a gente a la que -literalmente- hacía quince años a la que no veía; notó alegría de la gente al besarle y abrazarle, coño, que habíamos pasado ocho años de nuestra vida juntos, joer, y el cuerpo tiene una especie de memoria residual, diferente a la racional, y qué sé yo...

Que me tuve que comer todos mis pensamientos previos a la cosa en cuestión, porque, si bien es verdad que tiraron a la cara sus maridos y sus anillos de boda y sus chalets de mil habitaciones, aquellas zagalas guardaban una especie de encanto oculto en un cofre que había estado cerrado durante todo ese tiempo que pasé sin verlas, y fue verlas y que aquello se abriera y los sentimientos salieran como metralla de la caja de Pandora, despedidos en todas direcciones.

Total, que por ser un cenizo cascarrabias, casi me pierdo un momento de reconciliación con mi propio pasado.


Joer, qué bien me lo pasé. A ver si aprendo a dejar de atraer la tragedia.