El orden vuelve a restablecerse, todo lo que Jack destruyó ahora vuelve a florecer después de ver espolvorear los flagelos envueltos en lirios que la otra mitad subrepticia de Jack brotasen por ser la única luz que podía haber tras un paradigma del infinito enclaustramiento. Era luz enferma lo que salía, pero tanto Jack como su homónimo de encéfalo adyacente sabían que lo que ante él se presentaba era una especie de vergel con prometedoras jugadas.
Jack le mandaba señas ancestrales, y su sentimiento era el de un hombre amenazado por un bosque denso y lúgubre. La flor de loto era una flor carnívora. Sabía que Jack iría a cortar lo único que importaba, su conexión con la realidad, su único camino a la cordura y por tanto a una relativa salvación... siempre es relativo. Jack destruiría en un acceso biliar todo lo que amaba, comenzaría a agriar el entorno, a matar las ardillas, a rajar los árboles, a destripar zorros, a abrir la brecha límite entre los dos mundos hasta llegar a las personas. Sabe que sin las personas será fuerte y también que le brindará la soledad.
Al final, cuando una mente clara se avecina al abismo a ver el más allá ve un torbellino de confusión, que se acerca, que parece un sueño, que siente y que se lo come
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