martes, 6 de julio de 2010

MI COMPAÑERA POETISA, por Dry


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Tengo yo una compañera de trabajo en Molamass que me tiene fascinado. Es un mujer casi cincuentona, de pelo rubio diremos que falso, con buen tipete que hace pensar en viejos laureles en forma de piropos, y con esa habilidad mágica que tienen algunas personas para escaquearse del trabajo. Una señora maruja, vaya, pero con vaqueros ceñidos y marcas así como juveniles en sus jerseys y zapatos. Una mujer a todas luces insoportable.

El caso es que el otro día nos dijo a mis compañeras y a mí que nos pasáramos por un bar, porque iba a presentar su segundo libro de poemas, y aquello iba a ser un happening en toda regla, con toda la intelectualidad de su barrio y cervezas y queso parmesano.

Todos pusimos excusas inverosímiles, pero yo me quedé pensando en el hecho en sí, en mi compañera de cincuenta años vestida como mi hermana pequeña, recitando poemas tremendos de bonitos, oiga. Y entonces ocurrió. Me imaginé a mí mismo siendo ella. _Me imaginé siendo una trabajadora mediocre de Molamass de día, pero poetisa de noche, escribiendo poemas sobre amores perdidos y pasiones desbocadas, sobre la incomprensión o las injusticias del mundo, sobre el refugio en las pequeñas cosas de la vida o sobre la fraternidad universal como remedio de los males del mundo. Me imaginé siendo ella, seduciendo con un juego casi infantil a hombres desesperados por la soledad, escribiendo en mi diario los estragos de la edad, garabateando poemas en servilletas y corrigiéndolos con el Word2007.

Así sentí un tremendo ascazo por ella, por lo que ella representaba, por la postura cómoda de denunciar el mundo en inofensivos poemillas hipócritas, por su manera de venderse como dos personas (una aparente, la del trabajo matutino; otra real, la de la mujer apasionada de noche), por todo, vaya, por su manera de sentirse especial por el simple hecho de tener vida interior (nos ha jodido, todo el mundo la tiene),...


Uno ve en los demás sólo los defectos que conoce, y por supuesto, los que mejor conocemos son los que tenemos nosotros mismos. Si somos perezosos, odiamos la pereza; si somos vanidosos, denunciamos la soberbia; y así, ad nauseam, aunque quizá se podría resumir todo lo de este párrafo en una frase que me decía siempre mi mamma: "no hay guarro que no sea asqueroso".

Así yo vi a mi compañera, pequeña, delicada y tonta de capirote, y me reconocí a mí mismo. Yo también escribo poemillas, y reniego del mundo real en pos de uno de ficción que me he hecho a mi medida, y me quejo de la incompetencia de los demás sin haber cumplido yo mi parte del trato, y un largo etcétera de cosas que me acercan a, sí, mi compañera poetisa.



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