domingo, 8 de noviembre de 2009

ALEXANDER THE DRY, por Mr Idem










En todas las épocas y lugares ha habido sociedades secretas, y sus ritos y textos esotéricos siempre han acabado saliendo a la luz, tal es el capricho del tiempo. Al salir a la luz los legajos de la desaparecida Sociedad Alejandrina (depositados en la Universidad de Lovaina, y protegidos de las curiosas miradas de los no iniciados en la historiografía), mi interés por la vida académica, por las largas tardes en la biblioteca junto a diccionarios de lenguas muertas, ha vuelto a renacer.

Entre esos manuscritos ocultos durante siglos he encontrado material para dedicarle el resto de mi vida, tan grande es el volumen de los mismos y el interés que me despiertan.

Los orígenes de la Sociedad Alejandrina se pierden en la noche de los tiempos. Casi da vértigo pensar que siempre han estado allí, en reuniones clandestinas bajo las Pirámides de Egipto, o en salones secretos del Parlamento británico. Un grupo de hombres cultos y acomodados, pero sobre todo misteriosos, se han reunido durante siglos para ... ¿para qué? se estarán preguntando ustedes. Pues como su nombre indica, para seguir la pista de un -más si cabe que ellos mismos- misterioso personaje: Alexandrós Hybrisis. O como yo le he bautizado (por estar en inglés las actas de las últimas reuniones de la sociedad a mediados del siglo pasado), Alexander the Dry.

La Sociedad Alejandrina ha seguido sus pasos a lo largo de toda la historia de nuestra maltrecha civilización, localizándolo y vigilándolo con discreción, para después dar fe de semejante rara avis de la especie humana. Los miembros de la Sociedad ALejandrina -y yo con ellos, a fe de los documentos irrefutables que lo atestiguan- creen que Alexander pertenece a una estirpe de hombres inmortales, y que lleva viviendo entre nosotros desde que Dios Nuestro Señor creara el mundo en que vivimos. Nadie salvo los miembros de la Sociedad conoce su existencia, ni mucho menos su andadura. Y es gracias a ellos, y a sus actas por fin publicadas, que hoy sale a la luz la increíble historia Alexander the Dry.

El primer acta que se conserva data del primer reinado del Faraón Ahkenostés, y consiste en un sencillo jeroglífico en el que se ve a un personaje que sujeta un vaso apoyado en una barra (Alexander), mientras que una chica con cabeza de águila le dice que no con el dedo. Ya en este primer documento se vislumbra la suerte de Dry, que se repetirá siempre a partir de ahora.

El siguiente, también en Egipto pero ya redactado en latín, nos cuenta cómo Alexander se está intentando ligar a Cleopatra, cuando de repente aparecen Marco Antonio y Julio César con sus imponentes armaduras, y se la levantan. El acta acaba con esta sentencia latina: Et gilipollum caretum Alexandros quedavit.

El siguiente documento interesante nos habla de cómo la Sociedad ha encontrado a Alexander en la Corte del Emperador Constantino. Está redactado en un latín muy viciado por los giros árabes, de ahí que me haya costado tanto entenderlo. Pero creo que en líneas generales, a Alexander le da calabazas una de las bailarinas reales. La razón es que Dry ha intentado bailar con ella, pero le ha tirado un cubata en la pierna y le ha quemado la túnicacon el cigarro .

Alexander se ha movido por todo el mundo conocido, intentando escapar de su sino. La Sociedad siempre lo acaba encontrando. Lo encuentran por ejemplo en Florencia en la corte de Lorenzo de Medicis, donde trabaja a tiempo completo sujetándole las pinturas a Miguel Ángel, y donde le rechazan tres hermanas de la misma familia. Reaparece en Escocia, luchando contra el ejército inglés y ninguneado por una pastora analfabeta. Bajo el nombre de Cayo Dráinez vive en Toledo y conoce a Cervantes, de cuya hermana se enamora, pero esta le dice que prefiere besar al Tío Camuñas antes que a él.

Alexander ha adoptado infinitos nombres y ha llevado infinitas vidas: Ha sido Al-Jander, zapatero en La Meca, rechazado por Zoraida la hija del imán. Fue Alexander Biofrutoff, correo personal de la zarina, que le prometió un amor que nunca acabó de llegar. Viajó a bordo de una de las tres carabelas, y ninguna indígena quiso yacer con él. Miró las estrellas en el observatorio de Fatuhm Al-Hizad,y bautizó a una constelación con el nombre de una chica. Cuando se lo contó, ella le dio las gracias y fue corriendo a decírselo a su novio. Ya en el siglo XX cuando le propuso a una chica nazi procrear para el Führer, ella se alistó en La Resistànce.

Se enamoró de María Antonieta, pero le cortaron la cabeza. De Juana de Arco, pero estaba como un cencerro. De Amelia Earheart, pero desapareció en el océano el 24 de julio de 1897.

La Sociedad siempre fue pisándole los talones, recopilando sus desdichas, apuntando cada una de sus falsas identidades, enumerando las excusas que le ponían, componiendo un mosaico tan complejo como la propia historia del hombre. Yo me dispongo a entender esta historia, aunque sea lo último que haga.

Quién sabe, quizá yo esté llamado a refundar la Sociedad Alejandrina.

No sería tan descabellado, porque creo que Alexander the Dry sigue entre nosotros, acumulando rechazos.

Sólo que, como siempre, avanza enmascarado.

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