viernes, 28 de agosto de 2009

EL AMOR, por Mr Dry




Queridos lectores del biofrutismo, este post, como tantos otros, me lo escribo para mí.
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De todas las concepciones y definiciones de amor, creo sinceramente que la única que me persiste es la que lo caracteriza como “cuidado”. La palabra griega que significa cuidar algo es la misma que ha desembocado en la española “cultura”. Así, por ejemplo, “agricultura” es cuidado del campo. Cuidar algo es dedicarle lo más valioso que tienes: tu tiempo (como sinónimo de tu vida o tu energía, da igual). Por ello, una persona cuidadosa es una persona que gasta su tiempo en que las cosas estén bien (vaya usted a saber qué significa eso, pero creo que ustedes me entienden). Así, una persona culta es una persona que cuida sus cosas: por ejemplo, una persona con cultura musical no escucha radiofórmulas, sino que se preocupa de conseguir los mejores discos y conservarlos en la mejores condiciones, o es capaz de recorrer kilómetros para ver a un grupo que le gusta.

O sea, el amor es una forma de cultura. Somos una especie animal que ha refinado todos sus gustos, desde la gastronomía hasta el arte, y especialmente el gusto por cuidar a las personas que nos rodean. O sea, hemos evolucionado hasta gastar nuestra energía (en principio destinada exclusivamente a nuestra supervivencia) en cuidar a los demás.

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Ella tuvo una infancia difícil. Nació en 1926, por lo que le pilló la guerra (una de esas guerras que nosotros no podemos ni siquiera concebir). Dos de sus hermanos pequeños se murieron de enfermedades hoy ridículas, y otro se fue como un imbécil a bombardear la URSS y jamás volvió.

Su padre era bedel de la Universidad de Murcia (represaliado por fabricar panfletos rojos con la multicopista). Su madre era una mujer autoritaria. Y ella era simplemente la niñita de ojos grandes que correteaba por los jardines y los pasillos de la Facultad de Letras, la mascota de la tuna, la dueña de una perrita escuálida de la que nunca se olvidó.

Se hizo mayor y conoció a mi abuelo, un chuloperas de esos como de novela: repeinado, bebedor y seguramente mujeriego. Ella no sabía bailar –o le daba vergüenza- por lo que era casi inexplicable que acabara con semejante dandy de barrio. Y sin embargo así fue. Debió de ser todo un espectáculo verlos de novios, montados él en la moto y ella en el sidecar, completamente despeinada y pidiéndole que no corriera.

Tuvieron tres hijos, siendo la primera mi madre, ojito derecho de mi abuelo y apoyo de mi abuela hasta estos días. La rutina del matrimonio les fue convirtiendo en algo distinto a lo que eran, supongo que de la misma manera que le fue pasando a España.

Cuando por fin tuvieron nietos, mi hermana mayor y yo, supongo que el contador de la maternidad de mi abuela se volvió a poner a cero. Mis padres trabajaban y teníamos que estar con mi abuela todo el tiempo. Ella nos cambió los pañales, nos compró chucherías, nos cantó nanas dormitando en sus enormes ttjas (“clavelitos” y “la tarara” eran las más demandadas por los oyentes), nos llevó y nos recogió del cole durante toda la EGB, y aguantó estoica –literalmente- miles de tardes enteras en el parque.

De mi abuela, de su genética y su educación, he heredado la calvicie y el miedo extremo a cosas aparentemente sencillas. He adquirido el vicio imborrable de no abandonar una habitación sin decirle a quien esté a dónde me voy, por ejemplo “voy a beber agua” (mi madre me explicó un día que esto lo hacía mi abuela porque mi abuelo la tenía controlada, completamente anulada). Creo que también soy un poco repelente-pedante porque me encantaba jugar al Trivial, y ella accedía a jugar conmigo. Por último, creo que mi tendencia a la hipocondría, el ser un quejica y el ser un exagerado catastrofista (por ejemplo “Es el verano de más calor de la Historia”), también venían en la maleta que me deja en herencia.


De las cosas buenas me quedo con algo que supera a todo lo demás, como si fuera un combate por puntos. Mi abuela dedicó su vida a su marido, a sus hijos, y posteriormente a tres de sus seis nietos (sí, después de nosotros cuidó a mi prima, cuando ya era una abuela vieja). Los pequeños gestos repetidos ad infinitum generan empresas épicas. Lleva y recoge todos los días a un niño del colegio y serás un héroe. Haz la comida para tu familia durante cientos de años, y habrás dado más amor que comprándoles moto, coche, casa y pleiestesions. Canta nanas, besa heridas y celebra fiestas de cumpleaños con gusanitos y tendrás un repoker de ases: ningún “te quiero” podrá superar a la jugada maestra de haber dedicado tu vida (tu tiempo, tu energía) a cuidar de tus nietos.

Mi abuela sigue en el hospital, con un hilillo de vida que le permite a su corazón seguir bombeando. Es una persona muy mayor, y le queda poco: tan sencillo como eso. Ha tenido una vida plena, y todos sus hijos y nietos estamos con ella ahora. Ojalá todas las personas pudieran irse así de arropadas.

La razón de este post es simplemente expresar por escrito mi agradecimiento por haberme querido tanto.


Un abrazo.

2 comentarios:

  1. No estoy de acuerdo cuando dices que "aguantó estoicamente miles de tardes en el parque". Alguna vez así sería, sobre todo cuando le pidieras que te empujara en los columpios, pero cuando paso por parques y veo a abuelos jugar con sus nietos, ninguno tiene cara de estar sufriendo.
    Por lo general parece que aprecian poder estar tiempo con sus nietos. Tu abuela seguramente tampoco era una excepción.

    En cualquier caso, ves que es un desacuerdo menor.

    A mí también me gustaría irme de este mundo así, rodeado de aquellas personas que quieres y te han querido.

    Un abrazo y mucho ánimo.

    L'inspecteur.

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  2. Es muy buena historia Mr Dry.

    Me has emocionado y todo.

    Un Abrazo fuerte.
    YoMisma

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