viernes, 24 de abril de 2009

COMO GATO PANZA ARRIBA, por Mr Dry







Vuelvo a casa borracho, tras cenar con el equipo biofrutas. Es jueves, el ecuador de la semana. El jueves es algo así como la media aritmética de tu vida, que es la suma de años dividida por el número de idem, que a su vez es la media de los meses, que a su vez es la media de las semanas, que se resumen como una campana de Gauss en lo que pasa los jueves. Pero dejemos las reflexiones idiotas para otro día menos noticiable. Hoy la actualidad hace urgente este post-desahogo.
Amigos lectores del blog, y recientes invitados de honor: me han colado un gol. Por la escuadra.
Tan sensible como estoy con los acontecimientos presentes, que pienso que deben darme la clave para entender el rompecabezas al que me enfrento, y voy y me encuentro con que me ha engañado. Un gol. Me han vendido una burra, una moto, me han hecho la anchoa, me la han dado con queso. Soy William de Baskerville en la primera versión nunca estrenada en cines de El nombre de la rosa, donde todo el mundo le toma el pelo en el monasterio, incluido Adso, Bernardo Wii (jeje), el gordo que se azota por la noche y el retrasado gigante.
Nos han dado en un flanco de la nave TTjas Enterprise. Gracias al cielo, el informe de daños no es preocupante; y el equipo ha cerrado filas en torno al soldado herido; y tengo el blog para decir “hostia, coño, joder y me cago en la puta”.
Si recuerdan, hace unas semanas les hablé de una chica que me dio calabazas, que me buscó intermitentemente durante toda una noche y que luego me sacó del juego sin la menor explicación. Me pareció bien: una persona te puede gustar durante unos minutos y darle cancha, y luego descubrir un gesto en ella que te hace frenar en seco (dry), replanteártelo y ordenar retirada más o menos discreta. Eso fue –creo- lo que nos pasó a aquella chica y a mí. La narración fascinante de su vida, unida al mortal binomio alcohol más desesperación con los que yo contribuí, nos subieron a una nube durante unos minutos; pero sólo yo permanecí arriba. Sin que yo me percatara, ella se bajó a mitad de trayecto y dejó que el avance imparable de la noche nos llevara en mi coche hasta el portal de su casa, en el que me dio unas buenas noches virginales y un “ya nos veremos”. (Miento: ella me besó. Uno de esos besos de mariposa en los labios, que definitivamente no han de darse a una persona a la que no quieres confundir).
Bien. Yo sublimé toda mi frustración de aquella noche en un post (ver Biofrutismo: “Sabes dónde crecen las rosas salvajes, por Mr Dry”), y aquí paz y después gloria.
Pero.
Sin los peros no hay historias que valgan.
Días después, en una monumental fiesta en la ciudad, recibo la llamada de una persona que dice ser la chica en cuestión, y que me invita a acercarme al bar en el que está con sus amigas. Yo, digno y escaldado a partes iguales, me niego y la invito a venir al bar en el que estoy yo. Ella acepta, pero casi una hora después no ha aparecido. Mientras tanto, se ha hecho la hora de que un señor mayor como yo se vaya a dormir. A la cama. A la cama. A la cama. Es mi único pensamiento durante varias calles. Pero como también ando algo falto de calor bajo las sábanas, cuando llevo diez minutos andando le mando un sms (al número que me ha llamado antes). El texto, conciso y directo: “Me voy a casa. Si te quieres venir…”
No hay respuesta.
Estoy casi llegando a casa esa noche, cuando me suena el walkie-talkie: es ella. Me llama y me ofrece ir a su casa (en la otra punta de la ciudad). Me niego, por la distancia, por las pocas horas de sueño que me quedan, por la –todavía- menos dignidad que me queda. Le digo que no, que otro día. Ella no responde a mis invitaciones (ni para esta noche, ni para otro día). Creo que va borracha, y no se lo tengo en cuenta. Hablamos, pero la desconexión parece absoluta. Decido, por tanto, cortar por lo sano y pensar que merezco algo mejor que el discurso etílico, indiferenciado y vulgar de una chica que no muestra más interés en mí que en cualquiera que se cruce en su camino.
De nuevo, mensaje corto y conciso para ella: “Cada vez que hablo que contigo me siento imbécil. Borra mi número, por favor”.
Me acuesto cieguérrimo esa noche, pero con una especie de orgullo exacerbado por los últimos acontecimientos.
Ese orgullo me ha durado hasta hoy.
Hoy he descubierto que la chica con la que hablé el segundo día no es la misma que yo conocí. Y no hablo metafóricamente. Joder, que no era la misma tía. Por lo visto, según un código de humor que desconozco es divertido hacerte pasar por una de tus amigas para vacilarle a un tipo que se le ha declarado y que no le gusta. El mundo bakala es así, inescrutable para un ser parmenídeo como yo. Resulta que una amiga de la chica que yo conocí tenía una noche graciosa y me llamó haciéndose pasar por ella. “Ven a este bar”, o luego, mucho más tarde “ven a dormir a mi casa”, son las frases con las que hizo las delicias de sus amigas que la miraban con cara de idiota mientras hablaba conmigo. Yo, ingenuo como los sobrinos del pato Donald, creí que esa noche dormiría abrazado en modo koala a una chica guapa y maja.

Total, una buena cantidad de ilusión, unos buenos minutos de teléfono que cobrará Vodafone, un post en este blog, etc, son el resultado de una travesura etílica de aquí, las amigas del humor amorfo. Si tuviera algo de energía extra las mandaba a la miherda, así con hache intercalada. De decirles, con Loriga, que algunos agujeros del coño son tan tristes o más como la más triste de las pollas. De decirles, con Churchill, que mi borrachera se pasa, pero que su mezquindad seguramente es crónica. De decirles, con mi hermana mayor “ostia, nena, qué tonta eres”.
Pero resulta que tengo un carácter implosivo, no explosivo, y en el fondo la chica (la primera, la auténtica) me gustaba un poco; y me dejó con ganas aún de conocer, como a Adso, el verdadero nombre de la rosa. Me trago mi ira pues, y añado a mi colección de besos nunca dados los de la chica borrachina con amigas jilipuertas. Los pondré junto a la chimenea, justo donde duerme el perro sarnoso de mi infancia y el gatico persa y acostao.



Fin del mensaje. Finde nuevo, nos ponemos a cero.
Post-scriptum: tengo la vívida imagen de un montón de filósofas en bikini jugando en la playa con una enorme pelota de Nivea. ¿Es una premonición o es que empiezo a delirar?

1 comentario:

  1. Hay humor estúpido, poco coherente o mal captado, pero ante actos absurdos cometidos con el fin de reirse, sólo queda desear que esos agujeros estén como el Punto.com, abietos 24h.

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