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Si tuviera que elegir un momento para que se parara el tiempo, y quedarme así por los siglos de los siglos, seguramente sería en posición koala, bajo un edredón de plumas, con guitarras acústicas sonando con un poco de reverb -el ruido de los dedos por el mástil-, con un gato recoqueando, con rastros de cerveza en el aliento, y ya, creo que eso es todo, así se frenaría el tiempo en el vértigo que precede a la cosa de los besos, que es donde todo empieza a estropearse.
Las vacaciones se acaban, igual que la vida, y eso es lo que las hace especiales. El tiempo no se para, pero igual que fantaseamos con el apocalipsis, qué demonios, dejemos por escrito también esto.
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